domingo, 28 de febrero de 2016

Enseñando al cerebro a responder al placebo

Fabrizio Benedetti lleva décadas estudiando el efecto placebo y, junto con su equipo, acaba de publicar un estudio que creo que merece la pena comentar ya que encuentra que se puede enseñar a las neuronas a responder al placebo. También es interesante su propuesta de utilizar placebos en el manejo clínico de los pacientes de Parkinson. Lo diferente de este estudio es que se ha medido la respuesta de neuronas individuales en el cerebro de pacientes con enfermedad de Parkinson, lo que garantiza que los cambios clínicos no se deben a un posible sesgo por parte  del paciente o del investigador.

Lo que Benedetti ha hecho es lo siguiente. Ha estudiado a 42 pacientes a los que se les implantó electrodos en el tálamo para realizar Estimulación Cerebral Profunda (Deep Brain Stimulation), es decir, que aprovechó pacientes que iban a recibir el procedimiento como parte de su tratamiento de Parkinson y no solamente para este estudio del placebo. Los dividió en varios grupos y a uno de ellos no le hizo nada para actuar como control. A los otros les administró 1,2,3 o 4 inyecciones subcutáneas diarias de apomorfina (un fármaco antiparkinson), informándoles de que en algún momento recibirían también placebo (una solución salina). La valoración clínica de la respuesta (disminución rigidez y temblor, etc) era realizada por un neurólogo ciego por completo al resto del procedimiento.

Lo que Benedetti ha encontrado es lo siguiente:

  • Cuando se administra un placebo por primera vez no se observan cambios clínicos ni respuesta en las neuronas individuales. Es decir, la sugerencias verbales de que el paciente va a mejorar no producen cambios biológicos en el cerebro de los pacientes
  • A medida que se expone previamente a los sujetos a más inyecciones de apomorfina aumenta su respuesta clínica y neuronal al placebo, lo que demuestra el papel clave del aprendizaje en la respuesta clínica y biológica del placebo
  • Sólo 4 exposiciones previas a apomorfina fueron capaces de conseguir que la respuesta al placebo ocurriera 24 horas después (pero no ya a las 48 horas). Es decir, que cuantas más exposiciones mayor respuesta y por más tiempo. Tras 4 exposiciones la respuesta al placebo era igual de eficaz que la de la apomorfina. Queda por ver si dando más inyecciones de apomorfina durante más tiempo la respuesta placebo podría ser más duradera.
  • Estos hallazgos sugieren que pacientes que no responden al placebo pueden convertirse en pacientes respondedores al mismo si se realiza un procedimiento de aprendizaje.

En cuanto al mecanismo por el que ocurre todo esto la verdad es que el trabajo no nos saca de dudas. El efecto placebo se ha intentado explicar básicamente en base a un condicionamiento clásico pavloviano o al efecto de las expectativas. Está claro que este trabajo tiene toda la pinta de un condicionamiento pavloviano clásico donde tenemos un estímulo no condicionado (la apomorfina), un estímulo condicionado (la inyección de placebo) y una respuesta condicionada en la que el placebo consigue el mismo efecto de reducción de la rigidez muscular que la apomorfina. Sin embargo hay interpretaciones cognitiva más modernas del condicionamiento clásico que no se pueden resolver con este estudio por lo que son necesarios nuevos estudios. Tampoco aclara este experimento por qué se pierde la respuesta al de 48 horas.

Hay estudios en respuestas inmunes y en dolor que muestran que el efecto placebo aprendido persiste aún sabiendo los pacientes que lo que se les da es un placebo pero Benedetti no tiene claro si esto funcionaría en Parkinson ya que en este estudio no se les decía cuándo se aplicaba el placebo.

Desde el punto de vista clínico, lo que Benedetti propone es que se podría intercalar el uso de fármacos “reales” antiparkinson con placebo. Esto tendría dos ventajas. La primera disminuir el coste económico del tratamiento y la segunda prolongar el tiempo en el que los fármacos son eficaces porque en el Parkinson se acaba produciendo a la larga una perdida de la respuesta a los fármacos antiparkinsonianos. Pero este planteamiento nos sitúa ante el problema de aprobar el uso de los placebos en la clínica, lo que tiene connotaciones éticas complicadas. Lo que sí está claro es que es una cuestión que merece ser estudiada y debatida.

@pitiklinov

Referencias:



sábado, 27 de febrero de 2016

¿Por qué nos indignamos moralmente?

Los seres humanos tenemos un apetito por la indignación moral. No creo que exagero si digo que vivimos una auténtica epidemia de indignación moral. Sólo hay que asomarse a Twitter para verlo, pero también en el mundo real vemos cómo los de un partido político se indignan con los del polo opuesto, los ateos con los religiosos y viceversa, y en nuestra vida personal no dejamos de criticar a los amigos, colegas y vecinos que se comportan mal, según nuestros valores. Todo el mundo se siente ofendido en estos tiempos. Probablemente siempre ha sido así pero tal vez ahora tenemos más vías y medios para expresar nuestra indignación moral y es más visible.

¿Por qué nos ponemos tan furibundos, incluso cuando la ofensa en cuestión no nos afecta directamente? La explicación admitida es que denunciamos los que hacen el mal porque valoramos la justicia y queremos un mundo mejor, se trata de una conducta que no tiene nada de egoísta…O eso es lo que creemos, porque acaba de salir un estudio que aporta pruebas de que las raíces de nuestra indignación moral son, por lo menos en parte, egoístas.

Se trata de un trabajo de Jillian Jordan, Paul Bloom, Moshe Hoffman y David Rand  en Nature, del que tenéis un buen resumen en el New York Times, realizado por los propios autores, que es el que yo estoy siguiendo para hacer esta entrada. Lo que estos autores sugieren es que la indignación moral es una forma de anunciarse o publicitarse a uno mismo: confiamos más en las personas que dedican tiempo y esfuerzo a condenar a los que se portan mal (según los valores de nuestro grupo, claro).

El artículo trata de resolver un problema evolucionista: ¿cómo puede surgir una conducta no egoísta como la indignación moral de un proceso evolucionista “egoísta”? La respuesta es que expresar indignación moral beneficia al que lo hace, a la larga, porque mejora su reputación. Los autores del artículo presentan un modelo teórico que es el de las “señales costosas” del que el clásico ejemplo es la cola del pavo real. Sólo los pavos reales sanos y con buenos genes pueden permitirse tener esas colas vistosas que funcionan como un anuncio de su calidad genética . De la misma manera, castigar a los que se portan mal funciona como una señal de integridad, de fiabilidad. Y esto es así porque castigar a los demás supone un coste, pero ese coste se recupera si a la larga los demás nos van a hacer favores o van a colaborar con nosotros al ver que somos personas de fiar. Por lo tanto, si ves que ser integro moralmente te da resultado vas a estar más dispuestos a castigar a los malos.

Es importante matizar aquí que estamos hablando de causas últimas y de un proceso evolucionista. Los autores no están diciendo que conscientemente hagamos esto. Es como comer, no lo hacemos porque queramos multiplicar nuestros genes sino porque nos gusta, pero la explicación última es que comer sirve para hacer copias de nuestros genes.

En el experimento realizado en el estudio no voy a entrar en detalle. Básicamente se le da dinero a una persona que puede dedicarlo a castigar a los que se porten mal mientras que otra persona observa su conducta y decide si confiar en él o no. El resultado es que efectivamente los que castigan más son más fiables y el observador hace bien en confiar en ellos.

La teoría propuesta por estos investigadores explicaría algunas cosas que vemos en Twitter donde ha habido casos absolutamente desproporcionados de linchamiento moral a algunas personas que puede que no hayan estado muy acertadas en alguno de sus tuits, como el de Justine Sacco y su broma sobre Africa y el SIDA. Fueran o no conscientes de ello, las personas que criticaron a esta chica lo que estaban haciendo no era realmente decir lo mala que era Justine sino lo buenos que eran ellos, que ellos no eran racistas.

La indignación moral es parte de la naturaleza humana pero es bueno saber que el castigo que dispara esta indignación se explica mejor no como una reacción proporcionada y justa sino como el resultado de un sistema que evolucionó para potenciar nuestras reputaciones individuales, sin demasiada atención a lo que eso supone para los demás. La próxima vez que te indignes con alguien recuerda plantearte si estás en realidad diciendo: “¡mirad qué bueno soy, mirad que cola más bonita tengo!

@pitiklinov







miércoles, 17 de febrero de 2016

El Auge de la Pseudociencia


El verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología divina
-E.O. Wilson

Existe una preocupación creciente en círculos científicos y en el mundo de la divulgación científica por el auge de las pseudociencias. Como prueba, este artículo de César Tomé en Experiencia Docet: “Contra quién estamos perdiendo la guerra” donde dice que la anticiencia lo invade todo y que las terapias milagro, las creencias pseudoreligiosas y religiosas y la magia son las dueñas de Internet. En el blog Milesdemillones le contestan de una forma bastante pesimista que la guerra ya está perdida. Como muestra de que esta sensación de que está triunfando la anticiencia no es un problema local sino internacional, tenemos este artículo de The Guardian que analiza por qué engancha la pseudociencia a la gente y qué podemos hacer para evitarlo.

La solución o tratamiento del problema, como ocurre en Medicina, pasa por un buen diagnóstico y creo que el que se hace normalmente de este problema no es acertado porque se olvida de la irracionalidad humana. Lo habitual es considerar que se trata de un problema de información, o de educación, y que estas  cosas se arreglan con más educación o “leyendo”. Sólo voy a dar dos datos que creo que contradicen esa hipótesis: 1) los padres que se oponen a la vacunación de sus hijos en USA tienen más nivel educativo y económico, no menos, que los que vacunan a sus hijos 2) existen médicos homeópatas y que apoyan la homeopatía. Creo que no hace falta decir más.

Opino que lo que está ocurriendo tiene que ver en buena medida con la naturaleza humana y que mientras no entendamos cómo es la naturaleza humana nos vamos a seguir equivocando. Pensamos que somos seres racionales y que a la gente que tiene creencias erróneas basta darle la información adecuada para que cambie de opinión. Cuando esto no ocurre pensamos primero que los que siguen en el error son tontos, y después que son malos (las tres suposiciones sobre el error). Estamos repitiendo con los “magufos” el error que Dawkins está cometiendo con la religión: creer que con explicar que las ideas religiosas son ideas irracionales, y que las científicas son más racionales, las primeras van a ser abandonadas.

También podríamos caer en el error de explicar las actitudes anticiencia desde la política y pensar que eso es cosa de la derecha que es la que cree en Dios y se opone a la ciencia (evolución, cambio climático…). Pero, como dice Jonathan Haidt en la toma de la conferencia Boyarsky que veis ahí, tanto la derecha como la izquierda niegan la ciencia cuando no les va bien, cuando son verdades que no les convienen. La izquierda, por ejemplo, ha negado la influencia hereditaria en la inteligencia, las diferencias sexuales y la evolución del “cuello para arriba” apostando en muchos temas por concebir la naturaleza humana como una “tabla rasa”.

Hoy en día sabemos que la mente humana es propensa a cantidad de sesgos como el sesgo de confirmación, el razonamiento motivado, el sesgo de negatividad, el sesgo optimista y muchos más, y sabemos que esos sesgos tienen una explicación en nuestra historia evolutiva. Sabemos que las creencias religiosas pueden ser adaptativas por servir como cemento social y sabemos también que las creencias confieren identidad, que por medio de ellas decimos a qué tribu pertenecemos y quiénes somos. Por eso, cambiar de ideas es cambiar de tribu y eso no es nada fácil. Cambiar de ideas o creencias no es sólo un cambio cognitivo o psicológico, es un cambio de identidad y de vida.

Lo que digo no implica abandonar la educación, por supuesto, y creo en ese sentido que los científicos deberían hacer un mayor esfuerzo por comunicar con la sociedad explicando de una manera lo más sencilla posible sus descubrimientos a los ciudadanos. Se está produciendo un peligroso divorcio entre una ciencia cada vez más lejana y sofisticada y la gente de la calle. Caricaturizo a propósito pero estamos viendo que, de vez en cuando, los “grandes sacerdotes” que manejan los aceleradores de partículas, los telescopios y los láseres  dan una conferencia de prensa para decirnos que han encontrado el bosón de Higgs o las ondas gravitatorias, casi de igual manera que Moisés le dijo al pueblo elegido que había visto a Dios y le había dado unas tablas. Pero la gente de la calle no tiene criterio para ubicar esos descubrimientos en su mundo mental o para criticarlos. Corremos el riesgo de que la ciencia se convierta en algo que hace una élite y que no conecta con la vida normal de la gente. La pseudociencia, por contra, utiliza una narrativa y cuenta unas historias que, al parecer, conectan mejor con la intuición de la gente.

Tal vez no puede ser de otra manera pero el resultado que estamos viendo es, como muy bien dice Cesar Tomé, que aceptamos la tecnología pero rechazamos la ciencia que hay detrás. Porque la tecnología no entra en conflicto, o no lo hace de forma tan frontal, con el mundo mental de cada persona como las ideas que están detrás. Utilizar un mando a distancia, un móvil o un ordenador no nos genera tantos problemas como que nos digan que los genes influyen en nuestra inteligencia, en nuestra personalidad o en nuestro concepto de la belleza.

Pero información y educación creo que no es suficiente. También hay que intentar entender la parte irracional de la mente humana; intentar comprender , por ejemplo, la relación que hay entre creencia e identidad, o por qué triunfan las explicaciones conspiranoicas, o por qué somos presa de los sesgos cognitivos y cómo podemos intentar combatirlos. Si queremos tener éxito en conseguir que la gente abandone sus creencias erróneas hay que intentar averiguar también qué tienen las pseudociencias que las hace encajar mejor con nuestras emociones paleolíticas. Hay que entender el poder de atracción de la narrativa de la pseudociencia para nuestra psicología humana para poder combatirla.

@pitiklinov

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domingo, 14 de febrero de 2016

Dopamina y Soledad

Ya hemos hablado en el blog de la dopamina y la motivación y también de la dopamina como responsable de la Saliencia y de su relación con la psicosis. En esta entrada voy a comentar un estudio reciente que sugiere un papel de la dopamina en las relaciones sociales; se trata de un estudio muy preliminar realizado en ratones pero creo que nos enseña algunas cosas.

Lo que han hecho los investigadores es estudiar un núcleo concreto de neuronas dopaminérgicas, las del núcleo dorsal del rafe, y la sorpresa ha sido que juegan un papel en la respuesta al aislamiento social. Los autores utilizaron la técnica de la optogenética para activar de manera especifica este grupo de neuronas y lo que observaron es que, al activarlas, los ratones se animaban a interactuar con sus semejantes y pasaban más tiempo interactuando con ellos. Cuando inhibían las neuronas, los ratones interactuaban mucho menos de lo normal. La conclusión que sacan los investigadores es que en la vida normal del animal la activación de estas neuronas indica al animal que se encuentra solo y que busque interacción social.

Para intentar saber algo más los científicos activaron las neuronas sólo cuando los ratones estaban en una habitación concreta y vieron que los ratones aprendieron a evitar esa habitación lo que podría sugerir bien que la activación de las neuronas induce una señal negativa o que los ratones habían aprendido a buscar preferentemente una habitación donde hay compañía con preferencia a una que está vacía. Lo que también observaron es que los ratones a los que se les mantenía solos y se les activaba las neuronas del núcleo dorsal del rafe no mostraban signos de ansiedad. Esto sugiere que la señal de activación de estas neuronas no es necesariamente negativa. 

El equipo también encontró que había una relación entre el cambio de conducta de los ratones y su rango social, es decir, los ratones dominantes eran más sensibles a esta estimulación que los menos dominantes. La explicación del equipo es que las interacciones sociales son más gratificantes para los ratones dominantes porque tienen acceso prioritario a sexo y comida y tienden a vencer en los conflictos territoriales. Por ello, los ratones dominantes puede que experimenten con más profundidad un estado de soledad aumentando su deseo de buscar compañía social después de periodos de aislamiento. Digamos que son los que más pueden ganar de la interacción social.

El descubrimiento podría tener aplicación en problemas como la depresión, la esquizofrenia o el autismo, que se asocian también a disfunción de neuronas dopaminérgicas, pero lo interesante es darse cuenta de que no todas las neuronas dopaminérgicas hacen lo mismo. Hasta ahora se había pensado que las neuronas dopaminérgicas responden a estímulos positivos pero Mark Ungless, el líder del equipo que ha realizado este trabajo, ya había demostrado que se activan también ante estímulos negativos, como el dolor. Según Ungless, diferentes grupos de neuronas dopaminérgicas realizan diferentes acciones y es necesario entender la diversidad de estas neuronas para poder entender los trastornos neuropsiquiátricos en los que están implicadas.

Por supuesto, el camino es enorme hasta que se encuentren formas de poder activar neuronas de forma selectiva para ser utilizadas como tratamiento clínico pero este experimento abre una vía muy interesante para entender las bases biológicas del aislamiento social.

@pitiklinov


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martes, 2 de febrero de 2016

La Depresión Del Chimpancé Destronado


“La Psicología se basará seguramente sobre los cimientos de la necesaria adquisición gradual de cada una de las facultades y aptitudes mentales”
-Charles Darwin en el Origen de las Especies

Si hubiera que resumir la evolución en un mensaje o en una idea yo votaría por decir que la evolución significa fundamentalmente que las cosas tienen una historia, que han llegado a ser, que no aparecieron de golpe. Frente a un mundo estático, donde todo estaba puesto ahí de golpe por la mano de Dios, aparece un mundo donde todo cambia y evoluciona y las cosas se transforman unas  en otras y algo nuevo llega a ser.

A duras penas, pero la evolución del “cuello para abajo” se va a aceptando (a excepción de los creacionistas) y la mayoría de la gente acepta que la mano tiene una historia, o que el ojo tiene una historia. Con la evolución del “cuello para arriba” la situación es más problemática y aquí los creacionistas no son los únicos en discutirla, sino que están muy acompañados y, curiosamente, les acompaña mucha gente situada a la izquierda del espectro político.

Aceptar que la evolución también ocurre del cuello para arriba supone aceptar, como decía Darwin, que nuestras facultades mentales tienen una historia y se han ido desarrollando de manera gradual. El miedo, tiene una historia, el amor tiene una historia, los celos tienen una historia y el juego tiene una historia. Nada de eso aparece de golpe en nuestra especie sino que tiene precursores en otras especies.

Con este enfoque nos podemos preguntar también si los trastornos mentales pueden tener una historia y quería hablar en esta entrada del caso concreto de la depresión. Hay varias teorías acerca del origen de la depresión desde el punto de vista evolucionista pero voy a hablar sólo de una de ellas y no lo voy a hacer a nivel teórico sino a nivel práctico con dos ejemplos que pone De Waal en su libro El Mono que llevamos dentro. La teoría subyacente es la llamada hipótesis de la competición social de Price de la que se ha ocupado Paco Traver en su blog donde la podéis leer con detenimiento.

Resumiendo mucho, la idea central sería que el precursor de la depresión en otras especies, la base biológica que luego dará lugar a la depresión como la conocemos, es la derrota. La derrota da lugar a una serie de cambios fisiológicos y emocionales muy similares a los de la depresión. Yo os pongo los dos ejemplos que da De Waal en su libro y vosotros decidís si os convence la idea o no:

“La primera vez que Luit usurpó el poder, con lo que puso fin al antiguo régimen de Yeroen, me dejó perplejo la reacción del líder depuesto. De porte habitualmente digno, Yeroen se volvió irreconocible. En medio de una confrontación, se dejaba caer de un árbol como una manzana podrida, se retorcía en el suelo gritando lastimosamente y esperaba que el resto del grupo fuera a apoyarlo. Su manera de actuar se parecía a la de una cría obligada a despegarse de los pezones de su madre. Y como una cría que durante una rabieta mira de reojo a ver si mamá se ablanda, Yeroen siempre estaba pendiente de quién se le aproximaba. Si el grupo en torno suyo era lo bastante numeroso y poderoso, sobre todo si incluía un macho alfa, enseguida ganaba coraje. Con el respaldo de sus compinches, reanudaba la confrontación con su rival. Estaba claro que las rabietas de Yeroen eran otro ejemplo de manipulación. Lo que más me fascinaba, sin embargo, era el paralelismo con el apego infantil. Echar a un macho de su pedestal suscita la misma reacción que despojar a un bebé de su manto de seguridad. 

Cuando finalmente Yeroen perdió su posición de privilegio, a menudo se sentaba tras una pelea con la mirada perdida y una expresión vacía en el rostro. Era indiferente a la actividad social en torno suyo y rehusaba la comida durante semanas. Pensábamos que había enfermado, pero el veterinario no encontró nada anormal. Yerren parecía  una sombra de la impresionante figura que había sido. Nunca he olvidado esta imagen de un Yeroen derrotado y abatido. Cuando perdió su poder las luces en su interior se apagaron.

Sólo he visto otra transformación tan drástica, en este caso en mi propia especie. Un catedrático universitario colega mío en la misma facultad, de extraordinario prestigio y ego, no se había percatado de una conspiración incipiente. Algunos miembros de la facultad más jóvenes estaban en desacuerdo con él acerca de un asunto políticamente delicado, y consiguieron que se votara en su contra. Hasta entonces, no creo que nadie hubiera tenido las agallas de enfrentarse cara a cara con él. El apoyo a la propuesta alternativa lo habían cocido a sus espaldas algunos de su propios protegidos. Después del voto fatal, que debió caerle como una bomba a juzgar por su expresión de incredulidad, la cara del catedrático palideció por completo. Parecía haber envejecido diez años de golpe, y tenía la misma expresión vacía y fantasmal que Yeroen tras la pérdida de su rango. Para el catedrático, estaba en juego mucho más que un asunto concreto. Se estaba cuestionando quién mandaba en el departamento. En los meses siguientes, mientras avanzaba a grandes zancadas por los corredores, sus ademanes cambiaron por completo. En vez de decir “estoy a cargo de esto”, su lenguaje corporal decía: “dejadme solo”.

@pitiklinov

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